Somos lo que comemos

“Mi novia tiene una dietética hace dos años. Los domingos solemos salir a caminar por la plaza de Devoto y terminamos con una pila de productos […]

“Mi novia tiene una dietética hace dos años. Los domingos solemos salir a caminar por la plaza de Devoto y terminamos con una pila de productos orgánicos que venden en la feria. Ni hablar cuando vamos a pasear alguna tarde por Palermo, siempre caemos en algún barcito de comida vegetariana”. Es el testimonio de Ricardo Malcervelli (39 años), quien dice padecer las obsesiones de su pareja en cuanto a los hábitos alimenticios.

Como tantas otras costumbres saludables, recreativas, intelectuales o de cualquier otra índole que han surgido o se han potenciado durante la última década, la alimentación, y todas sus manifestaciones, fue víctima de esta montana rusa que proponen los medios de comunicación. Publicidades gráficas, digitales, la viralización de recetas en redes sociales han hecho que aquella verdad de perogrullo acerca de que “está todo inventado” cayera en saco roto.

Al respecto, Alvaro Hernández, cocinero amateur, cuenta: “Son cada vez más los recursos materiales con los que contamos en nuestra cocina y eso nos ayuda a ser más creativos”. Eso, por supuesto, genera nuevas formas y estéticas en los platos. “Sin dudas, encontramos ideas originales para combinar ingredientes y dar rienda suelta a este arte de la gastronomía moderna”.

“Lo que antes se daba en las vísperas de la primavera, ahora se da durante todo el año. Aunque es verdad que cuando comienza el calorcito la gente se enfoca mas en mejorar su alimentación”, confiesa Ruth La Froscia, propietaria de Natural Mystic, una dietética del barrio de Monte Castro.

Más allá de los cuidados estéticos que busca un alto porcentaje de los consumidores de estos alimentos y comercios, con el advenimiento de herramientas de diagnósticos clínicos, han sido muchos los ciudadanos que pudieron descubrir enfermedades como la diabetes o la celiaquía.
“Lamentablemente, aunque felizmente también, la preocupación de la gente por cuidar su imagen, hizo que las propuestas y ofertas de este tipo se incrementaran, lo cual fue positivo para quienes sufrimos algún tipo de afectación, ya sea por ser diabéticos o celiacos”.

Algo similar ocurre con los diabéticos. La apertura de su abanico de alimentos es mucho menor a la de aquellos que no padecen diabetes. Basta con ir a cualquier quiosco de la ciudad para corroborarlo. Al respecto, Miguel (47), empleado de Bs. As. Drugstore, se indigna al contar: “De las 100 golosinas que ofrecemos como mínimo, apenas tres son aptas para diabéticos”. A diferencia de tantos otros hábitos o vicios incorporados a la sociedad; muchos de ellos derivados de la vertiginosa masificación del consumo; las modificaciones relativas a las costumbres alimenticias son bienvenidas a la jungla.

Cada vez que un cambio se aproxima, el grueso de la comunidad se resiste y afirma que es mejor lo anterior o prefieren que cambien otros. En este caso, sea por estética, por salud o simplemente por variar, recibámoslo de brazos abiertos.

¡Qué caro ser celíaco!

Es notoria, excesiva y hasta abusiva la diferencia de precios entre productos de consumo común y aquellos aptos para celíacos. Si bien son muchos los alimentos que cuentan con el sello distintivo que dice “Sin T.A.C.C” o “Libre de gluten”, lo cierto es que en casos como los panificados o los fideos, los precios que pagan quienes sufren la celiaquía triplican a sus equivalentes de consumo genérico.

Sirve de ejemplo comparar el valor de un pan lactal chico ($50 ) frente al de uno sin gluten ($95). En el caso de un paquete de fideos la diferencia es de $30 para el tradicional contra $70 el que no posee TACC. No solo sufre el celíaco sino también su bolsillo.

Demian Bellusci