La Cueva Huenul, en el norte neuquino, se alza como un testimonio vivo de un pasado remoto y, al mismo tiempo, como una joya patrimonial única. Con alrededor de 8.200 años de antigüedad y 444 pinturas rupestres, este sitio guarda narraciones que sobreviven en trazos de pigmentos sobre piedra: huellas de un tiempo en el que comunidades originarias expresaban su mundo simbólico, espiritual y cotidiano. Sin embargo, esa memoria milenaria acaba de sufrir un daño que podría ser irreversible.
Vecinos y autoridades locales denunciaron que visitantes ,turistas o simples curiosos, ingresaron de manera irresponsable, dejando basura, objetos fuera de lugar y, lo más grave, arrojando aceite sobre las pinturas. El acto de vandalismo no solo ensucia las paredes de la cueva, sino que pone en riesgo la conservación de imágenes irremplazables. Cada mancha sobre la roca equivale a una herida abierta en la historia, un intento inconsciente de borrar siglos de legado cultural.
La Municipalidad de Barrancas respondió con una decisión drástica: restringir el acceso libre. A partir de ahora, para ingresar se deberá contar con un permiso otorgado por la Dirección de Turismo y la compañía obligatoria de un guía habilitado. La medida, explican las autoridades, busca subrayar que la Cueva Huenul “no es un atractivo turístico”, sino un patrimonio cultural que exige cuidado y respeto.
El sitio se ubica a unos 20 kilómetros de Barrancas, en una zona de difícil acceso. La cavidad alcanza los 35 metros de largo, hasta 5 metros de altura y 18 metros de profundidad. En ese espacio, durante miles de años, quedaron plasmados motivos que van desde escenas de caza hasta símbolos abstractos, figuras que conectan con las primeras formas de comunicación visual en la región. Para los arqueólogos, cada trazo es una ventana hacia la cosmovisión de pueblos originarios que habitaron la Patagonia mucho antes de la conformación del Estado moderno.
El daño reciente vuelve a plantear una discusión de fondo: ¿cómo proteger el patrimonio cuando la curiosidad mal entendida amenaza con destruirlo? Los especialistas recuerdan que los colores aplicados hace miles de años son, como el petróleo, no renovables. Una vez alterados, no existe manera de restaurarlos en su forma original. “Lo que se pierde en una pintura rupestre no se recupera jamás, es como arrancar una página de la historia y prenderle fuego”, explican desde el área cultural de la provincia.
El desafío, entonces, no se limita a custodiar físicamente el lugar, sino a construir una mirada social que valore lo heredado. La educación patrimonial, la sensibilización en las comunidades y la regulación del turismo son ejes centrales para que tragedias como esta no se repitan.
Porque cada trazo que se pierde es una voz del pasado que se apaga, y con ella, se empobrece la memoria colectiva. La Cueva Huenul no es solo de Neuquén: pertenece a todos. Y su preservación demanda un compromiso común para que las historias escritas en piedra puedan seguir hablando a las generaciones futuras, recordándonos que el tiempo no se detiene, pero la indiferencia puede ser más destructiva que los siglos.
Ariel Pérez Evans, 2° A TT