“Me recomendaron que me retire, que me dedicara a otra vida… pero yo no quería terminar así. Luché, perseveré y nunca dejé de soñar”. A los 41 años, el santafesino Carlos Delfino, campeón olímpico y exjugador de la NBA, cerró una carrera que se extendió por más de veinte años. Lo hizo sin mucho ruido, con la misma serenidad que mostró siempre: esa calma que esconden los mejores.
El “Cabeza” nació en Unión de Santa Fe y apenas necesitó 14 partidos en Libertad de Sunchales para que su talento lo llevara a Europa. Tenía un talento impresionante y una madurez fuera de lo común. Muy joven, se metió en una de las mejores selecciones de la historia del básquet: la Argentina campeona en Atenas 2004. Desde entonces se volvió una pieza clave, versátil, elegante y con uno de los mejores tiros que se recuerdan. En Beijing 2008 llegó a meter 18 puntos seguidos contra Grecia. Fue el argentino elegido más alto en la historia del Draft de la NBA, y jugó ocho temporadas, brillando especialmente en Milwaukee y Houston. Pero allí empezaron sus problemas con las lesiones: 1.171 días sin jugar y diez operaciones. Muchos pensaron que nunca volvería a pisar una cancha, pero Delfino no sabía rendirse. Volvió, y no solo eso: también supo coronarse campeón de la AmeriCup con la Selección Argentina en 2022.
Nacido el 29 de agosto de 1982 en Santa Fe, Delfino se formó en el club Libertad, donde su talento no pasó desapercibido. Conoció lo duro que iba a ser el camino del deporte cuando su pie derecho se rompió (rotura del hueso escafoides), lo cual lo obligó a atravesar siete operaciones y una ausencia de varios años (entre 2013 y 2016) de las canchas. Fue un tiempo que lo tuvo “entre un sofá, una cama y un quirófano”.
“Estuve deprimido y toqué fondo”, contó. “Algunos tenían miedo, decían que quedaría con el pie ortopédico, otros que se me desplazarían los huesos.”
Cuando volvió, lo hizo no solo para competir, sino para reafirmarse contra el silencio de las dudas. En 2016 regresó para jugar en la Selección Argentina y, un año después, continuó su carrera entre la Liga Nacional y el básquet europeo.
Antes del retiro, Delfino dijo: “Me cuesta bastante porque extraño el básquet, pero me siento bien físicamente y eso no tiene precio”. Más adelante confesó: “Ando muy bien, estoy contento, pero ya no juego más. No empecé la temporada, no estoy entrenando ni corriendo”.
El retiro no fue un acto de espectáculo, sino una decisión íntima, como él siempre se mostró: sin hacer ruido, con una simple nota en un canal de streaming. Una decisión forjada por los años, las lesiones y el amor por el deporte. Se retira como “el último representante activo de la Generación Dorada”, esa camada que ganó el oro en Atenas 2004 y cambió para siempre el básquet argentino.
Hoy, Delfino descansa su cuerpo, pero sigue ligado al básquet de otras maneras: en pensamientos, en consejos, quizá en un futuro lejano (o tal vez más cercano de lo que imaginamos) lo veamos como entrenador. Lo que deja no es solo una camiseta, unos récords ni medallas.
Tras 27 temporadas como profesional, con Argentina, además del oro olímpico en 2004, obtuvo el bronce en Beijing 2008, el Sudamericano 2004 y la AmeriCup en 2011 y 2022, entre otros torneos. Jugó en clubes argentinos, se fue a Italia y luego llegó a la NBA. En el Draft de 2003 fue elegido por Detroit en el pick 25 de la primera ronda. Jugó tres temporadas allí y después pasó por los Raptors, Milwaukee y Houston.
Se retira uno de los mejores jugadores de la Selección Argentina. Gracias por tanto, Delfino.
Nicolás Villalba Ruíz Díaz, 2° B, turno mañana