Caminar hasta que duelan los pies: la peregrinación a Luján como espejo de un país que busca esperanza

En 60 kilómetros de asfalto y madrugada, la marcha convierte el cansancio en comunidad: reza, repara y enseña a creer de nuevo en la Argentina.

Hay quienes la peregrinación la llaman una tradición, otros prefieren hablar de devoción. Para muchos, simplemente, es una cita obligada del calendario argentino: cada primer sábado de octubre, miles de jóvenes y adultos se lanzan a caminar los 60 kilómetros que separan el santuario de San Cayetano, en Liniers, de la Basílica de Luján. Este 2025 no es la excepción. El 4 de octubre, bajo el lema “Madre, danos amor para caminar con esperanza”, la peregrinación juvenil volverá a marcar un pulso que mezcla fe, cansancio y una necesidad de creer en algo más grande que uno mismo.

El dato duro dice que serán unas doce horas de marcha, que habrá puestos de agua cada tantos kilómetros, que médicos voluntarios estarán apostados en las rutas, que la imagen de la Virgen acompañará el recorrido. Pero detrás de esas cifras y logísticas hay algo que se mueve distinto: una multitud que, año tras año, convierte el asfalto en procesión, el dolor de las piernas en rezo y la oscuridad de la noche en un coro improvisado de plegarias. No hace falta ser creyente para sentir que allí, en esa masa que avanza lenta pero obstinada, late una energía común que casi nunca se encuentra en otros espacios públicos.

En las búsquedas de Google, la pregunta se repite: “¿Cuándo es la peregrinación a Luján?”. En La Pampa, en Buenos Aires, en Río Negro, alguien escribe lo mismo, quizá porque es su primera vez, quizá porque no quiere perderse una experiencia que dicen transforma. Y no es exageración. Caminar hasta que los pies duelan, hasta que los hombros ardan, hasta que la madrugada muerda los huesos, es un acto de fe pero también de resistencia física y, sobre todo, de comunidad. Allí donde uno ya no puede más, aparece la mano de un desconocido que ofrece agua, un mate compartido, una palabra de aliento. Es en ese gesto mínimo donde la caminata revela su verdadera naturaleza: no se trata solo de llegar a Luján, sino de hacerlo juntos.

La oración oficial de este año habla de consagrarse al corazón maternal de la Virgen y de pedirle que nos lleve a Jesús. Pero la traducción inmediata, terrenal, es otra: la gente camina buscando sentido, caminando se abraza a la esperanza, caminando intenta reconciliarse con un país donde todo parece cuesta arriba. El lema no es ingenuo: “amor para caminar con esperanza” es, en definitiva, lo que falta en las calles, en la política, en la vida cotidiana. La peregrinación es entonces un ensayo de algo más profundo: un pueblo que, al menos por un día, deja de marchar dividido para marchar junto.

Al costado del camino se repiten escenas que se clavan en la memoria. Una señora mayor que avanza a paso lento pero firme, sostenida por sus hijos. Un grupo de adolescentes que canta para ahuyentar el cansancio. Un hombre que camina descalzo porque sus zapatillas se rompieron y alguien que le regala las suyas sin dudarlo. Historias mínimas que arman un tejido de humanidad difícil de encontrar en otro escenario.

Quizá por eso la peregrinación a Luján sobrevive al paso del tiempo. Porque no se trata solo de religión, ni siquiera únicamente de tradición: se trata de recordar que hay algo que todavía puede unirnos. En un mundo que insiste en fragmentarnos, esta caminata es un recordatorio de que, al menos por 60 kilómetros, la fe —o la obstinación, o la necesidad— logra nivelar diferencias. No importa de dónde vengas, qué votás, cuánto ganás, en qué creés o qué dudas te persiguen. Todos ponen un pie delante del otro, todos cargan sus mochilas y todos llegan, tarde o temprano, a los pies de la Basílica.

El 4 de octubre de 2025 volverá a repetirse esa escena: miles de cuerpos cansados entrando al santuario, algunos con lágrimas, otros con sonrisas, todos con la certeza íntima de haber hecho algo que los sobrepasa. Caminar hasta Luján es, en última instancia, un espejo de la Argentina misma: avanzar con dolor, con obstáculos, con dudas, pero avanzar. Y en cada paso, aun cuando parezca imposible, guardar un espacio para la esperanza.

Santiago Duque 2° A TT