Amor en fuga: detuvieron a un joven de 17 años por robar ramos de flores para su novia

Ocurrió en La Plata; el adolescente fue interceptado por la policía tras robar tres ramos en un comercio y tratar de huir; hora enfrenta cargos por hurto, bajo la supervisión de la fiscalía de menores.

El gesto que nació del deseo de agradar terminó en una persecución a pie, con flores como botín y la ley tocando su puerta. Cuando el afecto se mezcla con la ilegalidad, ¿cómo juzgamos el acto? Más allá de lo simpático o lo absurdo, esta historia plantea también preguntas sobre oportunidades, responsabilidad y los caminos del corazón joven bajo la lupa del delito.

El escenario es La Plata, ciudad que se despierta no solo con el canto de los pájaros, sino en este caso con un episodio que bien podría figurar en algún guión de coming of age: un chico de 17 años decide robar tres ramos de flores con un objetivo claro, regalárselos a su novia.

No se trata de una novela de amor romántico, sino de un hecho policial que comenzó con lo que muchos considerarían un gesto tierno, un intento de cortejar a través del detalle clásico: flores. Pero también llevaba el peso de la transgresión, pues la fuente de ese obsequio fue la sustracción de un comerciante.

La escena es tan literal como simbólica: el adolescente platense camina cerca de la intersección de Centenario y calle 419, con los ramos en las manos, cuando pasa frente a una comisaría. La presencia inusual llama la atención de agentes policiales, quienes lo siguen. El intento de huida se hace pie a tierra, los pasos se apuran, la urgencia de escapar late en cada zancada. No llegará muy lejos: tras pocas cuadras, los uniformados lo interceptan.

El proceso judicial se activa de inmediato. El adolescente queda imputado por el delito de hurto, la investigación recae en la Fiscalía de Menores. Los ramos —el corazón de este relato— son incautados y devueltos al vendedor, simbolizando el restablecimiento de lo que se perdió en el gesto.

Pero detrás de los hechos se esconden preguntas que trascienden el titular divertido: ¿qué motiva a alguien tan joven a elegir este camino para expresar afecto? ¿Es la falta de recursos, el deseo de impresionar, o tal vez la urgencia de mostrar algo como propio? ¿Dónde está el punto en que lo romántico se convierte en transgresor?

Este episodio desafía además la frontera entre inocencia y responsabilidad. Aunque el acto fue ilegal, surge una reflexión sobre el adolescente como sujeto con capacidades pero también con vulnerabilidades. ¿Ha meditado las consecuencias? ¿Conoce realmente el peso de lo que hace?

Los habitantes de La Plata —y quienes leen esta historia— también podrían sentirse interpelados: ¿qué hacemos nosotros, como sociedad, con esos impulsos adolescentes? ¿Cómo acompañamos para que los gestos de amor no terminen en conflictos con la ley, y para que las oportunidades creativas superen la tentación de lo ilícito?

El suceso, claro, no minimiza la gravedad del hurto ni resta valor al comerciante afectado. Hay daño, hay delito, hay consecuencias. Pero también hay una ternura brusca escondida en la crudeza del arresto, una dualidad que no permite lecturas simplistas.

Al final, el adolescente enfrenta un proceso legal; los ramos no terminarán en las manos de su novia, sino convertidos en pruebas. Y la imagen —fetiche, casi cinematográfica— de alguien corriendo con flores robadas en la noche queda, más allá del juicio, como un espejo de cómo a veces el deseo más puro busca caminos equivocados, o al menos controvertidos.

Este episodio de La Plata nos recuerda que el amor —o lo que creemos amor— puede empujar a la acción, incluso cuando los senderos elegidos implican riesgo. Que un gesto puede ser al mismo tiempo hermoso y problemático. Y que, en esa tensión, se revela algo profundo del ser joven: esa urgencia por amar, por sorprender, por ser visto.

Duque Santiago 2° A, TT