Sorprende que la directora elegida para adaptar la novela homónima de Jim Crace nunca haya dirigido películas en inglés. Aunque la elección no está basada en la lengua materna de la directora sino en su comprensión de la esencia de la historia, de la comunidad, de sus integrantes y en el sentido de pertenencia y esto es lo que la trama nos quiere transmitir. La historia de Harvest se centra en un pueblo remoto, del cual no sabemos con precisión su tiempo ni espacio, pero eso no importa, porque sus integrantes conocen dónde están y quiénes son. Caleb Landry Jones (Tres anuncios por un crimen) le da vida al protagonista y por momentos narrador de la historia, Walter Thirsk, un miembro de esta comunidad sin nombre, que es amigo del mayor Charles Kent, interpretado por Harry Melling (Gambito de dama), dueño de todo el campo donde viven y trabajan los miembros de la comunidad.
Harvest comienza con colores vivos, sonido ambiente y con Walter Thirsk volviéndose uno con la naturaleza. Corriendo por las llanuras, nadando en el lago, comiendo corteza de árboles o jugando con insectos. Un sinsentido armonioso y pacífico. Inmediatamente luego la película hace un salto a una escena de caos donde los miembros del pueblo intentan apagar un incendio en la casa del mayor Kent. Y esto sirve de premonición para comprender el resto de la historia. El caos de la modernidad. Y aquí la directora toma una decisión artística valorable, los colores se oscurecen a medida que la historia va tomando sentido, a medida que el espectador comprende lo que va sucediendo, la paz se vuelve ruido y lo armonioso en caos.
Tsangari nos invita a ver una película que nos cuenta de manera trágica y crítica lo que muchas comunidades tuvieron que vivir al adaptarse a mundos modernos, dejar de lado su forma de vida y comenzar desde cero. La película no tiene precisión de tiempo ni espacio, pero no es necesario para empatizar con sus personajes.
Alexis Mercado