Para descubrir un atractivo turístico siempre es mejor contar lo que aprecia la mirada y las sensaciones que provocan estar allí antes de escuchar comentarios o describir lo que se trasmite por medio de una pantalla. La mirada personal estando en ese sitio hace que uno se haga preguntas con el fin de encontrar respuestas, a medida que va recorriendo el lugar, que se pueden encontrar hablando con los vecinos. Esa fue la idea cuando visite Caminito en el barrio de la Boca, uno de los paseos culturales y emblemáticos de la Ciudad de Buenos Aires que tiene mucha historia para contar.

Llegar al destino y observar con detenimiento sus alrededores hace que uno pueda empezar a entender o mejor dicho armar el rompecabezas de cómo todo se fue ensamblando para que hoy sea más que una foto recuerdo. Muchas de las calles que te acercan tienen un solo final: el Riachuelo que asoma en cada esquina. Desde allí, el histórico puente transbordador Nicolás Avellaneda se hace presente, firme y elegante en su infraestructura; inaugurado en 1914, era utilizado por miles de personas que cruzaban para ir a sus lugares de trabajo. Hoy no solo es un hito en la memoria colectiva del barrio sino que en la actualidad es único en Sudamérica. Mientras se deja atrás este emblema, frente al Riachuelo, los adoquines pintados de distintos colores y algunos edificios pintorescos le va dando aire de arco iris artificial, que inspira a guardar varias imágenes en el celular.

A pocos metros la Vuelta de Rocha, una plazoleta que simula la cubierta de un barco con mástil incluido, ahí, donde años atrás funcionaba uno de los puertos más importantes de Buenos Aires. Desde allí, se ven a los turistas que frenan: algunos miran, otros buscan el mejor perfil para la foto obligada en la esquina de Avenida Don Pedro de Mendoza y Del valle Iberlucea, ese frente multicolor que da inicio al callejón museo y se ha convertido en unos de los 10 lugares más fotografiados del mundo, según estadísticas de Google. Nos adentramos en este paseo artístico con esculturas, casitas altas de colores donde se hace presente la poesía, murales y ecos de tango que se escuchan de fondo en el bandoneón de un hombre mayor, con el recuerdo de aquella melodía cantada por Carlos Gardel y escrita por Juan de Dios Filiberto: “Caminito que el tiempo ha borrado que juntos un día nos viste pasar …”. Pero tan solo alejarse unos metros se observa parte de la fisonomía que caracteriza al barrio y aún hoy se mantiene: casas de madera y chapa, conocido como conventillos, sí, los famosos conventillos de la Boca: huella de un barrio obrero y de inmigrantes que venían a “hacer la América” escapando de los conflictos europeos. Se asentaron en esta zona portuaria donde trabajaban; para ese entonces estas casillas eran un palacio que luego adornaron con la pintura que sobraba del mantenimiento de los barcos y así la mezcla de colores en las fachadas.

Por otro lado, las calles altas nos habla de una de las grandes falencias y preocupaciones que hubo durante un periodo extenso: las inundaciones provocadas por sudestada o fuertes lluvias. “Imaginate todas casas bajas y muy carentes donde caían dos gotas y se inundaba todo, sabes que amargura era eso?”, expresó un vecino que hace más de 70 años que vive allí. Podemos decir que no todo es color de rosa, ni tampoco lo fue, que hay un fuerte contraste entre lo pintoresco y la carencia, entre el hoy y el ayer.
Hasta hace unas décadas “la curva”, como se llamó Caminito antes de ser Caminito, era una simple calle de tierra donde pasaba parte del tramo del ferrocarril habilitado para transportar carga entre la estación Brown (hoy Garibaldi y Olavarría) y el muelle junto al Riachuelo, hasta 1928. Pocos años más tarde estaba a punto de convertirse en un basural. Es llamativo pensar y me surge la pregunta: ¿cómo un rincón porteño de tantas falencias, pobreza y abandono sea hoy unos de los destinos más dolarizados, visitados y fotografiado de la Ciudad de Buenos Aires con un gran valor cultural? Es que para contestar este interrogante hay que viajar en el tiempo más precisamente a 1950, cuando surge la figura del pintor de barcos Benito Quinquela Martín, un enamorado del barrio que propuso a los vecinos hacer un “pasaje” para que diferentes artistas expongan sus obras y esculturas. En 1959 queda inaugurada esta trasformación de la esquina famosa. “La Boca es un invento mío”, llegó a decir Quinquela; vaya si no marcó un antes y un después con sus proyectos coloridos y artísticos, entre ellos el callejón Caminito: un museo a cielo abierto que dejó de ser un potrero para convertirse en una calle alegre y versátil donde la mirada del cine argentino se hizo presente desde sus inicios con la grabación de varias películas; también atrajo al cine y artistas internacionales, tal es el caso de Raffaella Carrá que en 1978 grabó parte de su película “Bárbara”. Hoy la huella de este pintor importante y emblemático sigue intacta en esta zona turística, no solo por fuera sino por dentro ya que se puede apreciar y disfrutar de sus pinturas en el Museo de Arte frente al Riachuelo, como también la estatua en su homenaje frente al mismo Museo.

Marcos Calabrese