En el mes del inmigrante y con protocolo sanitario, se llevó a cabo la fiesta de colectividades en pleno centro porteño, entre el Cabildo y la avenida 9 de Julio. Un verdadero viaje por el mundo, en el que se estima que más de 10 mil personas pudieron disfrutar de una tarde que tuvo diferentes expresiones artísticas, culturales y gastronómicas que fueron compartiendo las 30 comunidades presentes repartidas en 60 stands y dos escenarios.
Como no me quería quedar afuera de este evento, me acerqué pasadas las 13 horas, con barbijo puesto, a la calle Bolívar frente a la Plaza de Mayo, en donde ya se podían observar banderitas colgadas de todos los países representados, escuchar a un cantante italiano que sonaba desde el escenario principal, y respirar el aroma mezcla de distintas comidas típicas. Así que comencé mi recorrido por la feria. Algo que noté antes de entrar fue que estaba vallado y se controlaba el ingreso de gente para evitar la aglomeración en plena avenida, pero sobre todo para respetar el aforo de unas 4000 personas permitidas para un mismo momento. El primer stand que mis ojos observaron fue Alemania presentando sus delicias gastronómicas, y entre ellas leí una que llamó mi atención así que le pregunté al cocinero de qué se trataba: “Es una salchicha parrillera de cerveza servida con chucrut, es típico del sur”, respondió. Me tentó, pero antes de comer quería seguir mirando y buscar otras propuestas, en este viaje imaginario me encontré con los países asiáticos, allí hablé con Pedro el encargado del stand de Armenia, que mientras preparaba el Shawarma (torre de lomo de ternera) contó que esperó con ansias volver a participar del evento y que para él es un orgullo representar a sus ancestros, luego agregó: “Te recomiendo el falafel que es una bola de garbanzo, rica y sana”. Aquí noté una fila de gente para comprar que no mantenía la distancia correspondiente según el protocolo previsto, tal vez uno de los puntos flojos de la tarde, aunque a diferencias de otros eventos similares los stand estaban de un solo lado de la avenida para dejar una buena parte de libre circulación.

Las horas pasaban y más allá de que el clima nublado (con llovizna por momentos) no acompañaba, cada vez eran más las personas que desfilaban por la Avenida de Mayo con su tapaboca tapando la nariz y se deleitaban con toda la diversidad cultural. “Esto es una fiesta, me da mucha alegría que se vuelvan hacer este tipo de cosas”, expresó Carolina, mientras comía su Chipa Guazú en el stand de Paraguay. Seguí avanzando y cruzando la calle Chacabuco (la siguiente a Bolívar), Centroamérica se hacía presente: Cuba, República Dominicana y Haití eran algunos de los países que ofrecían jugos, licuados y batidos caribeños con más de 15 variedades que permitían soñar un poco con esas playas de arena blanca y agua cristalina. Allí tomé “panamericana” un licuado que tenía durazno, mango, naranja, y frutilla, con mucho hielo. Algo para destacar es que estaba prohibida la venta de alcohol en toda la feria. Luego de este aperitivo y antes de llegar a la calle Piedras vi que eran pasadas las 15 horas y el hambre se hacía sentir, así que empecé avanzar un poco más rápido pero me frené cuando llegué al stand de Italia, y si de raíces se trata, el corazón pidió quedarse para charlar y disfrutar de un grupo de italianos que le ponían color con sus trajes típicos y tarantela de por medio. “Estamos acá orgullosos de representar la tierra de nuestras familias, en mi caso de mis padres”, comentó Flavia La Valle integrante del ballet de la Asociación Calabresa, quien agregó “Con el grupo esperamos mucho volver a esta hermosa fiesta, la emoción es muy grande”.

Finalmente en el stand de México hice una parada técnica y comí tacos de carne con un poquito de picante (salsa jalapeños) que me costó $400 más $200 de bebida, el estimativo para comer en cualquiera de los puestos. Ya cruzando la calle Tacuarí (una antes de la 9 de Julio), se observaban los últimos stands: Senegal, Eslovaquia y Venezuela, con un segundo escenario, que en ese momento un grupo de ucranianos presentaban sus danzas típicas y se llevaron los aplausos de todos los presentes, a los pocos minutos pude hablar con una parejita de bailarines que me contaron que toda la ropa que usan para bailar es bordada por algunos integrantes del grupo y su música folclórica viene del sur de Ucrania. Para cerrar tuve la oportunidad de entrevistar a Mercedes Barbara, Directora General de Colectividades y una de las organizadoras del evento, quien expresó: “Esto es algo que lleva muchos meses de organización, en dónde venimos estudiando todos los protocolos y finalmente, con el gobierno de la Ciudad, decidimos intentarlo”, con respecto a los objetivos de dicho encuentro Barbara manifestó: “Esta fiesta es una muestra de expresiones culturales que tiene la ciudad de Buenos Aires” y continuó: “Queremos que de a poco los vecinos vuelvan a disfrutar del espacio público y hoy vemos que era necesario hacerlo, la gente está contenta”. Por supuesto que por ser el primer intento todavía quedan cosas por mejorar, pero sin dudas que, después de tanto sufrimiento, esto fue una caricia al alma y un principio de vuelta a la normalidad, según las expresiones de los que participaron. También quedó claro que con organización, cuidados y protocolos se pueden realizar estos tipos de eventos al aire libre más allá que aún no ha pasado el peligro.

Marcos Ezequiel Calabrese