Historias de vida: el costado «feminista» del fútbol femenino

Históricamente, el fútbol fue un lugar de camaradería masculina. Un lugar de encuentro y hermandad entre hombres, del que la mujer estaba excluida y al que […]

La Nuestra jugando en la cancha Güemes.
La primera conquista de La Nuestra: la cancha de Güemes, espacio público por excelencia en la Villa 31; su lucha sigue a paso firme

Históricamente, el fútbol fue un lugar de camaradería masculina. Un lugar de encuentro y hermandad entre hombres, del que la mujer estaba excluida y al que no podía ni siquiera aspirar a pertenecer. Lo mismo ocurría con tantos otros ámbitos de la vida. Hoy la ideología dominante está resquebrajándose y está claro que ningún rol está determinado por el género. Si se puede deconstruir el futbol en Argentina, donde está tan arraigado a la cultura popular, el partido contra el machismo se gana de taquito.  
 
No es casualidad que esta aspiración por el cambio haya empezado a germinar en el movimiento popular. Sólo queda afianzarlo y que las instituciones del fútbol tomen nota de la transformación que ya se está gestando en las bases de la sociedad. “Hay que pensar el fútbol feminista como un fútbol que problematiza y se planta ante las opresiones”, explica Juliana Román Lozano, cofundadora y directora técnica de La Nuestra, asociación civil que desde el 2007 aborda la práctica del futbol desde una visión inclusiva, feminista, comunitaria y «villera», en el Barrio 31. 
 

¿Cómo fue insertar a La Nuestra en el barrio? 
 
-Los primeros años se hicieron muy cuesta arriba. En principio empezamos a dar pelea por un lugar en la cancha Güemes que es el espacio público por excelencia en la Villa 31. Tuvimos que soportar el rechazo de mucha gente que nos gritaba que “vayamos a lavar los platos”, se metían en el entrenamiento, nos pateaban los conos, nos tiraban piedras. Y no sólo fue el rechazo de hombres sino también de varias mujeres. Pero nosotras seguimos firmes a nuestra lucha, mostrando cuerpos de mujeres que jugaban al fútbol; que eran fuertes y que deconstruían todos los estereotipos en torno a lo que significa ser mujer o niña. Cambiar esa visión fue lo más difícil.  
 
-¿Qué cambios notas luego de 14 años? 
 
-El barrio y nuestro proceso nos ha transformado y desestructurado a todas y todos. Poco a poco se fue naturalizando que nosotras estuviéramos ahí y lo fueron aceptando. Tanto es así que ahora hablan de nuestro proceso y dicen frases como: “la conquista de la cancha” o “la toma del espacio”; y eran cosas que solíamos decir nosotras. La Nuestra cambió la forma de pensar de todo un barrio. Ganamos una batalla simbólica. Por un lado, las pibas están plantadas desde otro lugar y se enfrentan a los pibes desde otra forma. Y por el otro, estos chicos, que antes nos bardeaban, ahora son padres y algunas de sus hijas se entrenan con nosotras. 
Otra cosa que también cambió fue reestructurar muchas cosas que estaban muy insertadas y fuertes como, por ejemplo, el cuidado de los hijos. Los primeros años, la cancha parecía una guardería porque las madres venían a entrenarse con sus hijas e hijos y si alguno se ponía a llorar teníamos que dar clase con el nene a upa. Y eso ahora ya no pasa, las chicas pudieron negociar dentro de sus vínculos familiares para que ese tiempo fuera de ellas y sea compartido el cuidado de los hijos e hijas.  Hoy en día, el fútbol de mujeres es algo muy importante para la identidad del barrio. Cada vez hay más mujeres que se suman, hay muchos equipos y torneos. 
 
-¿Cómo articulan el fútbol con la cuestión de género? 
 
-Nosotras combinamos el espacio del entrenamiento con un espacio de taller, de reflexión. Los primeros años, después de jugar, íbamos a un espacio fuera de la cancha donde pensábamos y reflexionábamos acerca de lo que había pasado y el por qué de eso. Por qué los pibes se sentían con el derecho a meterse y “bardearnos”. Y así fue como se empezó a construir un sentido político de las pibas en torno al fútbol y poder desandar los estereotipos de género. Poder pensar cómo eso también se relaciona con las múltiples violencias a las que nos tenemos que enfrentar como mujeres y niñas. Siempre estuvo ese doble anclaje deportivo con los talleres y así se fue construyendo la identidad de La Nuestra. 

-Jugaste como futbolista profesional en Huracán y también fuiste directora técnica del club, ¿cómo fue esa experiencia? 

-Fue muy difícil. Cuando jugué en Huracán teníamos uniformes usados de los varones, entrenábamos sin luz y no nos pagaban los viáticos; los entrenadores no estaban capacitados y muchas veces nos maltrataban. La verdad es que la pasábamos bastante mal. Y ese fue uno de los motivos por el que empecé a ‘problematizar’ todo eso. Ser parte de La Nuestra y estudiar antropología me sirvió mucho para empezar a pensar otros caminos que podía dar el fútbol, creando espacios propios, seguros desde el cuidado y el amor.

Juliana cofundadora y entrenadora de La Nuestra.

Y eso es lo que intentamos hacer con mi dupla técnica, desnaturalizar todas las violencias y opresiones que habíamos vivido nosotras como jugadoras y poder brindar una forma distinta de entrenar a las pibas. Y todas las enseñanzas que quisimos llevar a Huracán las aprendimos en el barrio, pensando que es un deporte colectivo por excelencia y necesita de todas las compañeras para marcar un gol. En el fútbol masculino se ve mucho la individualidad, esta creación de estrellas en donde el espíritu de lo colectivo se diluye y gana el que más goles mete o el que vende más para la prensa. Éramos un plantel de 32 jugadoras y sólo ocho tenían contratos profesionales de $20.000. ¿Cómo vamos a pasar por alto todo eso? No teníamos cuerpo médico, ni hidratación, entrenábamos en verano con indumentaria de invierno. Nuestro objetivo también estaba puesto en poder transmitirles a las jugadoras que eso no es normal. Obviamente la dirigencia no nos apoyaba y era muy difícil poder cambiarlo.

 

-¿Por qué pensás que cuesta tanto incluir el fútbol femenino en un país tan futbolero como Argentina? 

Creo que el problema fundamental es la idiosincrasia que hay en la construcción de la masculinidad hegemónica, que está muy ligada al fútbol. El futbolista lo representa el hombre heterosexual, blanco y urbano; y todo lo que está por fuera de esa imagen parece ir bajando en la escala de los derechos. Además, creo que, por un lado, tanto la Argentina como en el resto del mundo, construye el fútbol muy en relación a esa masculinidad hegemónica. Y, por otro lado, las personas que toman las decisiones en las instituciones referidas a este deporte también son hombres hegemónicos que nunca han atravesado la realidad que atravesamos nosotras como futbolistas. Por eso siento que es muy importante y decisivo que esos lugares estén ocupados con compañeras con perspectiva de género para que puedan problematizar el fútbol.