El 19 de septiembre un terremoto de 7,1 en la escala de Richter sacudió el centro y el sur de México. Dejó 331 muertos, cifra que crecerá con el correr de los días, y miles de heridos. Como un chiste de mal gusto del destino o la téctonica de placas, ese mismo día se conmemoraban los 32 años del sismo de 8,1 que dejó 10.000 muertos y más de 2.000 desaparecidos.
El día ya no era uno más. A las 7:19 hora local, el presidente Peña Nieto presidió la ceremonia en la Plaza del Zócalo, que recordaba a las víctimas y afectados del, aún hoy, terremoto más potente de los últimos 100 años. Con el correr de la mañana, a las 11:00 se llevó a cabo el simulacro que se realiza a nivel nacional todos los años, al cual ya nadie le daba importancia, de hecho ahí mismo, y sin saberlo aún, comienza el relato de Axel en Instagram: en un video corto muestra las sirenas y avisos en alto parlante en un hotel, la gente no sale ni de sus habitaciones, aún cuando es obligatorio hacerlo por el simulacro. Axel tampoco.
Para los mexicanos los sismos son parte de la vida diaria. Hay un promedio de 2.000 sismos todos los días que muchas veces no llegan a ser tan fuertes como para sentirlos. Si se echa un vistazo a la cuenta de Twitter del Sismológico Nacional, los avisos son cada 10 minutos. Ese día sólo se vieron interrumpidos por el aviso de simulacro. Dos horas después el aviso de terremoto ya fue dado y luego la confirmación de que había sido de 7,1 Richter. El caos comenzó.
Las imágenes de los edificios cayendo como torres de cartas se multiplicaron por todas las redes. Hasta que llegó la noche y la gente comenzó a pedir más ayuda. Axel tomó su moto y salió ayudar, como fuera, porque de eso se trató, y aún se trata, de ayudar como sea, pero organizados. Los primeros videos muestran la desesperación por gasolina, agua, picos: «Necesitamos baterías, agua, alientos, lo que sea manden mensaje que nosotros vamos a buscarlo», pide, desesperado, la misma noche del sismo. Las motos se convirtieron en las encargadas de llevar las cosas de un lado al otro, ya que los autos y los medios de transporte más grandes eran inútiles en medio de los escombros. Primero ayudaron en los barrios del DF, como podían; con el correr de los días, las motos ya eran más y organizadas, empezaron a ir a los pueblos y ahí el panorama era peor. La gente denunciaba abandono por parte del gobierno y hasta llegaron a contar que algunos delegados solo fueron a sacarse fotos, pero los sacaron a patadas.
Axel, con un grupo de unas 20 motos o más, recorre aún hoy, los caminos aislados y llenos de escombros para llevar medicamentos desde los centros de acopio hasta los lugares que más lo necesitan. Documenta cómo los rescatistas tienen escritos en sus brazos sus nombres y números de seguro social para que, en caso de quedar atrapados y morir, puedan ser reconocidos sus restos. Recorre los lugares afectados a pie, pidiendo abrigo para la gente afectada, porque no hay lugar donde parar para muchos, ni cómo abrigarse. En cada pedido que hace cierra con “Fuerza México”, quizá la frase más dicha por el mundo en estos últimos días. Cuando se retiran tras llevar medicinas y ayuda a un barrio, la gente les agradece a los motoqueros, aplaude y da las gracias; aún en el cansancio, la ayuda se reconoce. Axel cierra con estas palabras: “Esas sonrisas, estas esperanzas, estas bendiciones, estos ‘gracias’ son para todos ustedes, los que cada uno, desde su lugar, están poniendo el hombro, no solo para que llegue la medicina, sino también para que llegue el mensaje fuerte y claro de que no vamos a dejarlos solos.”
Agrademos a Axel por prestar sus imágenes y testimonio.
Patricio Barrese y Melina Córdoba