Garrafa Sánchez, un antihéroe del fútbol

A 43 años de un nuevo aniversario de su natalicio, José Luis Sanchez, “Garrafa”, sigue siendo recordado, aquí y allá, como vínculo  del potrero. Jugador […]

A 43 años de un nuevo aniversario de su natalicio, José Luis Sanchez, “Garrafa”, sigue siendo recordado, aquí y allá, como vínculo  del potrero. Jugador con habilidades envidiadas, de la ciudad de Laferrere, la cual lo vio nacer y morir. Nunca le interesó ser un profesional como los grandes jugadores de la actualidad. Siempre se mantuvo en la humildad, ayudando a los demás, como a los jóvenes de las inferiores de los clubes donde jugó, a quienes les regalaba botines para que pudieran practicar este hermoso deporte llamado fútbol. O mejor dicho fúlbo, como relata la voz del documental «El Garrafa, una historia de fulbo» dirigido por Sergio Mercurio, que define al deporte ingles jugado en el potrero. No necesitó jugar en un club grande para convertirse en una leyenda del fútbol argentino. No jugó en Europa ni en la selección argentina. Pero a pesar de todo eso, miles de personas decidieron amarlo e idolatrarlo llevándolo, ya sea en su piel, en pedazos de tela o haciéndole monumentos.

José Luis Sánchez, un ícono del potrero. Laferrere, El Porvenir y Banfield lo hicieron bandera.

Jose Luis Sanchez, nació un día como hoy, pero de 1974 en La Tablada, partido de La Matanza. Hijo de Don Sanchez, un garrofero que todas las mañanas salía a repartir garrafas, ya que en el barrio se carecía de gas natural. Dicha profesión Garrafa la adquirió desde pequeño, cuando ayudaba a su padre con la labor, y por dicho motivo surgió el apodo que lo hace conocido en el futbol argentino.

Sus hermanos mayores se dedicaban a la labor familiar y a veces en el barrio organizaban partidos de fútbol, donde se jugaba por plata. Garrafa siempre les causo un problema, ya que donde rodara una pelota, él quería estar. Ya a los 14 años participaba de los torneos organizados por jóvenes de entre 17 y 18 años, y aunque sus hermanos no querían que formara parte del juego ante una posible lesión causada por alguna patada, sabían que Jose era alguien con un don especial.

A los 15 años ingresó en las inferiores de Deportivo Laferrere, club de sus amores que lo vio nacer como futbolista, y lamentablemente también, el que lo vio morir. Era un 9 de área pero que le gustaba también salir de la misma, para conseguir la pelota y deslumbrar al público con sus gambetas y sus pases de gol. Al momento de su primera lesión, que lo obligo a estar parado ocho meses, hizo que perdiera la velocidad, pero no el talento. Mientras tanto, él seguía asistiendo a los torneos de penales que se organizaban en su barrio, lo que le permitió especializarse en el tiro desde los 12 pasos. Cuentan los que lo conocieron en dichos torneos, que tenía una pegada exquisita y que, al momento de prepararse para rematar, Garrafa se paraba para la zurda y sorprendía pegándole con la derecha, maniobra que siguió utilizando dentro de las canchas.

Era un rebelde que disfrutaba de jugar al fútbol para divertirse y lo hacía en representación de todos aquellos jóvenes que patean una pelota en los potreros. Se podría decir que Garrafa era un antihéroe del mismo. Era una persona sencilla y divertida. Mostraba picardía, alegría, calle. A todo el mundo, ya sea su madre, sus hermanos, amigos o los compañeros de equipo los hacía reír y enojar. Por sus bromas y salidas se ganó otro apodo: “El Loco”.

Su llegada al Club El Porvenir, fue luego de un partido frente al club de Garrafa. En ese momento al club de Gerli lo dirigía Ricardo Calabria, quien quedo deslumbrado con la estrella del Lafe y les había avisado a los dirigentes: “Traigan a éste y salimos campeones”. José llega al Porve en la temporada 1997/98, donde logra el ascenso al Nacional B. Pero a pesar de cambiar de club, nunca se olvidó del club que lo vio nacer y crecer, Laferrere. Por eso en cada partido en la Primera B, Garrafa llevaba puesta la camiseta del Verde debajo de la del club de Gerli, la cual mostraba cada vez que convertía una jugada en gol.

El amor que tenía por el fútbol era tan inmenso, que en la primera final frente a Armenio para el ascenso al Nacional B y debido a una lesión, el técnico decide que la figurita del equipo no juegue, para evitar que se agrave la distensión ligamentaria que venía arrastrando, y el jugador, aquel que ayudo a lograr el ansiado ascenso se largó a llorar. Un llanto que demostraba que hasta el hombre más fuerte podía convertirse un día en un niño. Porque él era un niño, un chico grande que no quería darle la pelota a un compañero, porque según él, tenía miedo que no se la den más.

Por Gerli circula aun en día, la historia del partido frente a la selección argentina, donde solo los hinchas de El Porve saben que Garrafa supo demostrar el jugador que era. El Porvenir en los 90 solía ser el equipo sparring de la selección y quienes vieron ese partido declaran que fue una exhibición de fútbol por parte del jugador con una pelada que empezaba a notarse con el tiempo. El resultado final para la prensa fue un 4 a 3 a favor del conjunto albiceleste. Para los testigos del partido, un 3-1 a favor de Garrafa Sanchez.

Luego del ascenso con el equipo de Gerli, tuvo un breve paso por Uruguay en el club Bella Vista, donde, en 1999, el crack de Tablada estaba cerca de jugar la Copa Libertadores, pero la enfermedad de su padre cambió todos sus planes. Durante 8 meses dejo el fútbol para dedicarse nuevamente, junto a sus hermanos, a la labor familiar, la venta de garrafas.

En el 2001 Banfield logra el ascenso a Primera Division, con Garrafa como emblema.

En el 2000 apareció Banfield en su vida, donde quedó casi 5 años jugando y se dio el lujo de participar en torneos internacionales. En 2001 logró otro ascenso, esta vez del Nacional B a la Primera A. Para ese entonces, en cada festejo de gol, miraba al cielo con sus brazos en alto dedicándole cada tanto que convertía a su querido padre. En ese momento, cambio su camiseta de Laferrere por una con el rostro de Don Sanchez. El Loco fue la figura indiscutida en el Taladro y se ganó el amor de todos los hinchas banfileños, como ya había sucedido con la gente del Verde y El Porve.

A los 31 años, ya llegando al final de su carrera futbolística, decidió regresar al club de sus amores, Laferrere, donde jugó hasta su fatídico accidente cuatro años más tarde. Su otro amor, las motos, le jugo un día una mala pasada. Jugó hasta el último segundo de su vida. En la despedida de su cuerpo, los hinchas de Laferrere, El Porvenir y Banfield decidieron unirse y formar un solo club, el de Garrafa. En el 2011 recibió un merecido homenaje: su figura, en forma de escultura de cemento, que engalana la puerta de ingreso de la sede social del club del Sur del Gran Buenos Aires.

Si hubiera cambiado su fútbol, por un más profesional. Si se hubiera dedicado a pegarle más al arco en lugar de buscar siempre dar un pase al compañero. Si hubiera sido más egoísta y haber pensado en un crecimiento económico, en lugar de su familia. Si hubiera dejado esa locura de andar en moto. Si hubiera… No habría sido Garrafa Sanchez.

 

Mansilla, Ignacio Nicolas – 2do A – Turno Mañana