El club de la pelea

Gente, vengan a reunirse  alrededor, dondequiera que vayan. Y admitan que las aguas alrededor de ti han crecido. Y acéptenlo que pronto estarán empapados hasta […]

Gente, vengan a reunirse  alrededor, dondequiera que vayan. Y admitan que las aguas
alrededor de ti han crecido. Y acéptenlo que pronto estarán empapados hasta el hueso.
Si tu tiempo para ti vale la pena, entonces es mejor empezar a nadar.
O te hundes como una piedra, por los tiempos que están cambiando.

Bob Dylan, actual premio Nobel de literatura

“La publicidad nos hace desear coches y ropas, tenemos empleos que odiamos para comprar mierda que no necesitamos. Somos los hijos malditos de la historia, desarraigados y sin objetivos. No hemos sufrido una gran guerra, ni una depresión. Nuestra guerra es la guerra espiritual, nuestra gran depresión es nuestra vida. Crecimos con la televisión que nos hizo creer que algún día seriamos millonarios, dioses del cine o estrellas del rock, pero no lo seremos y poco a poco lo entendemos, lo que hace que estemos muy cabreados” es esta la declaración de espíritu, de sentir, que hace Tyler Durden personaje principal del “Club de la Pelea”. No solo es una confesión de necesidades existenciales, es la expresión de un sentir político, de ser una consecuencia del Ethos político neoliberal.

El club de la pelea aborda la lucha existencial de un ser hecho –digo hecho adrede con la connotación de fabricación-  en los días donde el individuo se asume como  la máxima expresión de lo humano, todo para y por el individuo, por y para su cosificación. El liberalismo y posterior neo-liberalismo se encargaron  de crear una ideología de atomización de la especie humana. Lo social fue resuelto con una única política: el consumo, así se redefinió nuestra ontología.

Si ser ciudadano implica estar al servicio del común, para estas ideologías de las mentiras significó una castración al individuo, al ordenarle “dedícate a consumir, del resto nos encargamos nosotros” he aquí donde se decretó el fin de lo político, el hecho que definía al ciudadano era el consumir lo más que pueda, la ideología le prometía que todo iría bien en la sociedad si cumplía con esta mínima petición. Tyler sentencia «Encontré la libertad. Perder toda esperanza era la libertad” he aquí un individuo saturado de lo político, en tanto que este orden civilizatorio de la cosificación ha cambiado las flechas de cazar por tarjetas de crédito, orden que ha sido capaz de separar a los hombres de su sustancia ontológica, la política, en pro de valores que hacen la vida más sencilla, más armónica, o más prolija, pero que no garantizan la felicidad; y sin embargo, debajo de este orden aparente subyace la más despiadada expropiación de lo político, del hombre por el hombre.

En este (des)orden de cosas el “cliente” supero al “ciudadano”, sin embargo a ese hombre separado de lo político no le basta con lo que la sociedad de consumo individualizadora es capaz de darle -no en términos materiales donde esta es omnipotente- en términos espirituales, y aquí se debe incluir a la política. La película nos muestra un hombre adentrándose en la (des)concertación de la ciudad con la única idea de conseguir lo que lo define mediante los otros. Se encuentra con que la sociedad omnipresente solo es capaz de producir pequeñas islas de sujetos individualizados con las mismas necesidades, pero que no encuentran a su alrededor ninguna posibilidad de poder conseguir a los otros, es este quizá el principal síntoma de la sociedad despolitizada.

Tyler envía la primera sentencia: “Empieza a luchar. Demuestra que estas vivo. Si no reivindicas tu humanidad te convertirás en una estadística. Estas avisado…», reivindicar la humanidad pasa por rescatar lo político, pasa por comprender ¿qué somos? en el presente status quo de la polis. Convertirse en estadística es ser solo un número para la biopolítica, es ser solo un agente legitimador de caos que se reviste de opulencia y como diría Camus “derrocha inhumanidad”, es ser un voto cada cuatro años, o como disparó Jorge Luis Borges. “La democracia es una superstición muy difundida, una abuso de la estadística.”

David Harvey plantea la conquista de la ciudad como la única forma de revolución ciudadana, esta conquista pasa por reconocer que la polis es fruto de la fragmentación y a partir de ahí reactivar lo político único elemento capaz  de revivir a la democracia, ya que sin democracia no hay vida en la polis.

Pero la democracia, la verdadera democracia, es incompatible con el sistema que tiende a cosificar a las personas; porque este proceso va de la mano con un degeneración de lo político y posterior despolitización del ser humano. Las dicotomías existenciales nunca están ajenas a lo político, el ser humano como sujeto político es un actor fundamental del sistema, no como una entelequia sino, como protagonista principal.

“El Club de la Pelea” trae de vuelta el debate sobre la existencia humana y el sistema que rige. Alguna vez escuche decir a una víctima del sistema: “no somos anti-sistema, el sistema es anti-nosotros”. El cine una vez más nos lleva por un viaje existencial y nos hace una invitación a la reflexión individual que se ajuste a las necesidades colectivas. Resulta imposible ver esta película y no retornar a Marx, porque hoy más que nunca hay que decir que el hombre máquina ya está aquí.

El cine en muchos caso nos muestra realidades que otras vertientes de la cultura no tiene la capacidad hacerlo con tal contundencia al conjunto de la sociedad. Una vez más estamos ante la necesidad de volver a lo más profundo del ser humano, es una necesidad volver a los orígenes e interpelarse. Es menester que pensemos qué hemos hecho de nosotros y qué han hecho con nosotros. Hoy nos vemos reducido a un cosa. Nos tratan y nos tratamos como cosas, pero la batalla no está perdida, pienso que la guerra está detenida, las distracciones han sido gigantesca, distracción que es cuasi dogmática. Pero para recordarnos nuestra historia está el cine.

“El Club de la Pelea” es una joya que nos brinda el séptimo arte. Con su alta carga filosófica. Nos enseña que el cine aún está vivo. Esta película es un seguro a la hora de ser recomendada. Pero de igual manera extiendo una invitación para que sea consultada cada vez que sea posible, es una fuente inagotable de múltiples conceptos de diferente índole. Esta película es como el ajedrez, donde un jugador ve solo una jugada otro puede ver muchas más. Esto es “El club de la Pelea”, es amplia, inclusiva y sobretodo funciona como agente rupturista en lo más profundo de nuestro ser.  

«El cine ni reemplaza la historia como disciplina ni la complementa. El cine es colindante con la historia, al igual que otras formas de relacionarnos con el pasado como, por ejemplo, la memoria o la tradición oral». Robert Rosenstone.

Por Robert Linares