De Almería al reino de la imaginación: el legado inmortal de Manuel García Ferré

A 96 años del nacimiento del padre de Anteojito, Hijitus y la bruja Cachavacha, su universo creativo sigue habitando el corazón de quienes crecieron soñando con historietas, tardes pintadas y mundos de bondad.

El 8 de octubre de 1929, en Almería, España, nació un niño que cambiaría para siempre la infancia de millones. Se llamaba Manuel García Ferré, y desde pequeño encontró en el lápiz y el papel una forma de refugio. Lo que comenzó como un pasatiempo durante su niñez en tiempos difíciles se transformó en una carrera creativa que trascendió fronteras y épocas.

Con apenas 17 años, García Ferré llegó a Buenos Aires junto a su familia, escapando del franquismo y buscando un nuevo comienzo. En esa ciudad que respiraba modernidad y sueños, empezó a trabajar de noche mientras estudiaba, sin sospechar que el destino lo convertiría en un referente de la cultura popular argentina. Su talento para la animación y la ilustración pronto lo llevó a trabajar en agencias publicitarias, hasta que decidió apostar por lo propio.

Fue entonces cuando su universo comenzó a expandirse. En los años sesenta, fundó su propio estudio y dio vida a “Anteojito”, un personaje tierno, curioso y solidario, símbolo de la educación y los valores positivos. La revista del mismo nombre se transformó en un clásico de kiosco: cada número era una aventura y una lección, con secciones educativas, humorísticas y de juegos. Años más tarde, nacería Súper Hijitus, el primer superhéroe argentino de dibujos animados, un chico humilde que se transformaba en héroe con su sombreritus mágico.

El éxito fue tan grande que García Ferré cruzó del papel a la televisión y al cine. “Las aventuras de Hijitus” marcó a toda una generación con su humor simple, su ternura y su mensaje claro: el bien siempre triunfa. En ese universo aparecieron personajes inolvidables como Larguirucho, ingenuo pero noble, y Cachavacha, la bruja malvada con corazón travieso. Cada uno tenía un propósito: mostrar, sin moralinas, que incluso los errores podían ser parte del aprendizaje.

Pero el secreto de su éxito no estaba solo en la creatividad, sino en la obsesión por el detalle. García Ferré supervisaba cada página, cada línea de guion, cada dibujo. Su estudio, ubicado a metros del Obelisco, era una verdadera fábrica de sueños donde convivían dibujantes, músicos, guionistas y publicistas. Todo pasaba por su mirada, porque entendía que detrás de cada historieta había una oportunidad de formar y emocionar.

A lo largo de los años, su obra se amplió con películas como Ico, el caballito valiente, Trapito y Petete y la mar en coche. Cada una reflejaba la misma esencia: enseñar desde la emoción, entretener desde la bondad. Incluso cuando el mercado cambió y las revistas comenzaron a desaparecer, García Ferré resistió. Su última edición de Anteojito salió en 2002, pero su espíritu siguió dibujando hasta el final. Murió en 2013, a los 83 años, dejando tras de sí un universo donde la inocencia todavía tiene lugar.

Hoy, a 96 años de su nacimiento, su legado sigue intacto. Hijitus continúa sonriendo en reestrenos, memes y recuerdos familiares; Larguirucho sigue diciendo “¡qué lo parió!” y Anteojito, como siempre, nos invita a mirar el mundo con curiosidad. Porque García Ferré no solo inventó personajes: inventó una manera de soñar colectivamente, donde el lápiz era un puente entre el niño que fuimos y el adulto que aún busca creer en algo bueno.

Ariel Pérez Evans, 2° A TT