Del Darién al río Bravo: el viaje de Baleria en busca de un futuro

Atravesar uno de los trayectos migratorios más peligrosos del mundo no detuvo a la joven venezolana. Su historia refleja el drama silencioso de miles de jóvenes que arriesgan todo por una vida mejor.

Miles de venezolanos cruzan a diario la selva para huir de su país

Baleria Calderón tenía 21 años cuando dejó Venezuela. La situación económica, la falta de oportunidades y la desesperanza la empujaron a tomar una de las decisiones más difíciles de su vida: emigrar. Su destino era Estados Unidos, pero el camino no fue sencillo. Para alcanzarlo, tuvo que atravesar dos de las rutas migratorias más peligrosas del mundo: la selva del Darién y el río Bravo.

“Sabía que no iba a ser fácil, pero no tenía otra opción”, le cuenta a Pirámida Invertida desde Ohio, donde actualmente vive. Su viaje comenzó en Colombia, y desde allí se internó en la selva panameña del Darién, un tramo temido por todos los migrantes. “Ahí vi cosas que nunca voy a olvidar. Personas que se quedaban atrás, algunas que no lograban seguir. Yo misma pensé que no iba a salir viva”, recuerda.

Durante los cinco días en la selva, Baleria enfrentó lluvias constantes, caminatas interminables, insectos, hambre y agotamiento. Pero también lidió con el miedo a asaltos, violaciones o desapariciones, peligros frecuentes en esa zona sin ley. “No había forma de dormir tranquila. Cada paso era un riesgo”, rememora.

El paso por la selva fue solo el principio. Tras salir del Darién, Baleria siguió su travesía por varios países de Centroamérica. El cansancio físico se sumó al emocional: noches sin dormir, comida escasa, largas caminatas y una ansiedad constante por lo que pudiera pasar. En ese sentido, cuenta: “A veces no sabías si confiar en la gente. Había personas buenas que te ayudaban, pero también muchas que se aprovechaban de los migrantes”.

En México, el temor se intensificó. “En muchos puntos no sabías si estabas hablando con un policía o con alguien que te quería secuestrar. Todo el tiempo estaba alerta”, dice. La inseguridad, las extorsiones y el riesgo de ser capturada marcaron cada uno de sus pasos. Las historias de personas desaparecidas o víctimas de trata eran constantes.

La última gran prueba fue cruzar el río Bravo, en la frontera entre México y Estados Unidos: “Fue el momento más aterrador. La corriente era fuerte y sabía que mucha gente había muerto ahí. Pero era eso o regresar, y no podía volver”.

Al llegar a Estados Unidos, fue detenida por las autoridades migratorias. Pasó tres días en un centro de detención, en un cuarto pequeño lleno de personas de diversas nacionalidades. “La situación fue terrible. El ambiente era tenso, había mucho miedo y confusión. Había tantos venezolanos allí, todos con historias similares a la mía. Fue muy duro, pero al menos nos apoyábamos entre todos”, expone.

Fue liberada y pudo reencontrarse con conocidos en Ohio. Hoy trabaja como repartidora y vive con lo justo. Aunque logró superar el peligro del camino, el sacrificio no terminó. La distancia de su familia, la soledad y la lucha diaria por subsistir son parte de su nueva rutina.

“Lo que más extraño es a mi mamá. Cada día es un recordatorio de lo que perdí, pero sigo con la esperanza de que algún día las cosas cambiarán y pueda regresar. Mi vida allá no era fácil, pero estar con los míos lo hacía más llevadero”, expresa Baleria su anhelo.

Más de 7,7 millones de venezolanos han abandonado su país en los últimos años, convirtiéndose en una de las mayores crisis migratorias del mundo. Como Baleria, muchos buscan una vida mejor lejos de la pobreza, la violencia y la desesperanza. Para ella, contar su historia no es solo un acto de memoria, sino una forma de visibilizar lo que tantos migrantes atraviesan en silencio.

La joven dejó un mensaje para sus compatriotas: “No es fácil, pero debemos mantener la esperanza. Mi deseo es regresar a Venezuela algún día. A todos los que luchan por un futuro mejor, les digo que, si yo pude hacerlo, ellos también pueden”.

La historia de Baleria no es solo un testimonio personal; es el reflejo de una generación marcada por la migración forzada. A través de su experiencia, se visibilizan el sufrimiento, la resistencia y la fe que aún persiste entre quienes sueñan con un futuro distinto. Porque detrás de cada paso dado entre barro, lágrimas y fronteras, hay una sola convicción: merecemos vivir dignamente.

 

Aariadna Rojas – 2°B Turno Mañana