Con la dirección de Robert Zemeckis, Náufrago narra la historia de Chuck Noland (representado por Tom Hanks), un ejecutivo de FedEx, empresa multinacional de mensajería, que protagoniza un giro de 180º grados en su vida: en plena época de fiestas y justo antes de comprometerse con su pareja, Kelly (Helen Hunt), viaja en avión por cuestiones laborales y nunca aterriza.
Los instantes previos al accidente se destacan por mostrar dos vertientes importantes de Noland: su obsesión laboral y su demora para el compromiso. Con reiteradas muestras de los camiones, los colores y el nombre de la mencionada empresa, se lo observa extremadamente ligado a su jornada de trabajo, incluso exponiéndose a horas extra y perdiendo tiempo con sus vínculos.
Su relación amorosa tiene pocas muestras en cámara por su cargada agenda y, cuando aparece, revela mucho. Hasta es el causante de chistes en una celebración familiar por la no confirmación matrimonial. Particularmente, lo último que realiza el protagonista antes de tomar el vuelo es darle a Kelly un obsequio de forma cuadrada e indicarle que debe abrirlo en Año Nuevo. De una vez por todas, va a pasar. O no…
El caos aéreo comienza con los problemas comunicativos entre la cabina y las torres de control, ya que hay un punto en el que pierden todo tipo de señal. A medida que la tensión crece, la desesperación le sigue el ritmo. Tras un cimbronazo creado por una explosión, se ven forzados a bajar la altura y buscar el descenso en pleno océano, a la deriva. Pero las cosas no salen bien.
Desde el momento en el que el avión toma contacto con el agua, Chuck inicia un camino de soledad que refleja a la perfección el ritmo de la película. Con el instinto de supervivencia como bandera, algunas mañas de soporte y un poco de fortuna, encuentra tierra en la misma noche y, por ende, tiene un lugar en el que asentarse.
A partir de entonces, se embarca en una secuencia eterna de despertarse, alimentarse, esperar por una ayuda poco probable y sobrevivir (como sea). Esto lo hace pasar por situaciones incómodas como la búsqueda de objetos útiles en las cajas que cayeron con él o la investigación de comidas y bebidas para nutrirse, por ejemplo.
Uno de los momentos más emotivos es cuando, luego de varios intentos fallidos, consigue que el roce constante de dos palos de madera produzcan fuego. Se levanta, canta y festeja. No solo entiende la lógica de cómo hacerlo, sino que despierta una llama de esperanza que, tiempo después, es trascendental para su destino.
A lo largo de su estadía en la isla, tiene un solo compañero: Wilson. Wilson no es una persona ni un animal, es una pelota de voleibol a la que se le forma rostro por la sangre de un corte de Chuck. Esa cara artificial es clave, pues es la única a la que le puede dirigir la palabra en el medio de la nada.
Tras el paso de 4 años, se puede ver como Chuck deja de ser un ejecutivo obsesionado y se transforma en un simple superviviente, con tendencias y comportamientos cuasi primitivos. Se memoriza el calendario, aprende los ciclos de la marea y espera señales de ilusión mientras envejece.
El punto de quiebre lo genera un pedazo enorme de plástico, fabricado en Bakersfield (California), que se asoma en la orilla y le da el empujón para construir una balsa. Con un cúmulo de troncos, dicha pieza, Wilson y mucha voluntad, se embarca en un camino de riesgos, olas y desconcierto.
Mientras pasa el tiempo, sus condiciones vitales empeoran y, después de una distracción, su compañero circular se cae y lo abandona. La desazón de volver a estar en completa soledad y con menos ilusiones se esfuma cuando, de repente, escucha pasar un barco industrial a su lado. Para su fortuna, fue visto y rescatado.
Finalmente, regresa a Memphis y se reencuentra con su mejor amigo, su compañía y con la cruda nueva realidad de su ex pareja, Kelly, que es madre y está casada con otro hombre. Su desenlace amoroso es ambiguo y emotivo, pero es un desenlace al fin: ya nada es como antes.
Federico Spina Llaneza
