Desde comienzos del siglo XXI, el Club Atlético Independiente transitó una senda de gloria que poco a poco se fue erosionando por crisis económicas, dirigenciales y deportivas. Aunque ganó títulos importantes como el Torneo Apertura 2002, la Copa Sudamericana 2010, la Sudamericana 2017 y la Suruga Bank 2018, el club ya no parecía tener el sostenimiento institucional ni financiero para mantener esos niveles de grandeza.
El punto culminante de la crisis llegó en 2013, cuando con Javier Cantero al mando, Independiente descendió por primera vez en sus más de cien años de historia, aunque logró volver a Primera al año siguiente, ya bajo la conducción directiva de Hugo Moyano. En 2017, con Ariel Holan como director técnico, el Rojo vivió un resurgir futbolístico con la Sudamericana, lo que generó expectativas de renovación. Pero ese empujón deportivo terminó siendo en gran parte una cortina: mientras los logros tapaban temporalmente la realidad, la deuda institucional crecía, los gastos superaban los ingresos y la dirigencia no lograba armar un modelo sustentable.
Hoy, Independiente sigue estancado. Las deudas con futbolistas, representantes y clubes del exterior generaron inhibiciones de FIFA, sanciones y juicios que afectan su capacidad para contratar. Por ejemplo, inhibiciones por deudas de US $570.000, como la de Juan Cazares, lo que le impedía incorporar jugadores hasta saldar ese pasivo. También fue sancionado por incumplimientos con Alexis Canelo por derechos de formación y mecanismo de solidaridad, unos US $30.000 en total. A esto se suman fallos judiciales: San Telmo reclama un porcentaje de la transferencia de Alan Franco (2021) que incluye intereses que ya superan los US $550.000.
Además de lo económico, hay consecuencias deportivas y de imagen:
- Inconstancia institucional: en los últimos 20 años, Independiente tuvo más de 30 entrenadores. Esa falta de continuidad refleja una conducción reactiva, con escasa planificación a largo plazo.
- Problemas salariales: jugadores que intiman para cobrar meses de atrasos, lo que genera mal clima y reduce la competitividad del plantel.
- Incapacidad para hacer refuerzos estructurales: las inhibiciones y deudas obligan a realizar incorporaciones bajo presión, muchas veces improvisadas, con contratos incómodos.
- Deuda histórica con ex jugadores y clubes del extranjero: complicaciones con clubes como Elche por Marcone, demandas por transferencias pasadas, etc.
El club parece haber intentado en los últimos tiempos algunos pasos de saneamiento: abonó deudas pequeñas para levantar inhibiciones, acordó planes de pago con acreedores como Elche, y mostró balances de gestión en los que se reivindica que dicha comisión directiva “es la que más deudas pagó en la historia del club”.
Pese a eso, la acumulación de pasivos, la desconfianza dirigencial, y la ausencia de un modelo claro de gestión económica sólido lo mantienen en un limbo. Los socios y simpatizantes coinciden en que ya no alcanza con buenos resultados deportivos aislados, sino que es necesaria una reconstrucción institucional, y esa, en el común del hincha, parece ser la materia pendiente.