En un circuito que respira historia como el de Imola, Franco Colapinto volverá a hacer rugir el motor de un Fórmula 1, pero esta vez no como promesa o suplente sino que lo hará como piloto titular. Alpine confirmó que el joven argentino tomará el volante en lugar de Jack Doohan a partir del Gran Premio de Emilia Romaña, en una decisión que combina necesidad, estrategia y un guiño al futuro.
La noticia sacudió al paddock. No solo porque Colapinto representa una de las mayores apuestas del automovilismo argentino en décadas, sino porque el cambio llega en un momento crítico para Alpine. Con un comienzo de temporada decepcionante, apenas sumando puntos simbólicos, la escudería decidió acelerar su revolución interna, la salida del jefe de equipo Oliver Oakes, la llegada del controvertido pero experimentado Flavio Briatore, y ahora, el volantazo hacia Colapinto.
No es una movida menor. Colapinto llega con apenas nueve Grandes Premios disputados todos en 2024 con Williams pero con un rendimiento que dejó huella. Fue competitivo desde el principio, supo pelear en el medio del pelotón y demostró que no le tiembla el pulso. Además, ya era parte del universo Alpine desde enero como piloto de pruebas y reserva.
El contexto fue decisivo. Jack Doohan, heredero de una leyenda del motociclismo, no logró cumplir las expectativas, tras seis carreras sin puntos, errores costosos y un auto que nunca terminó de responder. Briatore, pragmático y con olfato de tiburón, no dudó. Eligió a Colapinto como símbolo del cambio. Como esa carta que puede alterar el juego.
Y lo hace en Imola. Un lugar que no perdona errores, pero que también regala épica. Un trazado donde cada curva exige el alma del piloto y donde cada maniobra puede convertirse en recuerdo. Allí debutará oficialmente el pilarense como titular. Allí comenzará a forjar su lugar entre los grandes.
Para el automovilismo argentino, este no es un dato de color. Es una postal que muchos soñaban desde hace más de dos décadas. Desde que Gastón Mazzacane apagó su último motor en 2000, ningún piloto argentino había logrado sentarse oficialmente como titular en un F1. Colapinto rompe esa sequía con hambre de gloria, con el talento forjado en Europa y con una bandera celeste y blanca latiendo bajo el casco.
Los fanáticos, mientras tanto, ya lo sienten. Ya lo viven. Hay banderas listas, gargantas afinadas y madrugones que valdrán la pena. Porque cuando Franco Colapinto encienda el motor en Imola, no solo será un auto el que arranque sino que será el corazón de un país entero.
Y quién sabe… tal vez ese motor no solo lo devuelva a la pista. Tal vez lo dispare hacia la eternidad.
Ariel Pérez Evans, 2° A, turno tarde