Los fieles de La Paternal

La Paternal. Sábado 18.30 hs. Boyacá, Juan Agustín García, San Blas y Gavilán. El Diego Armando Maradona. La incipiente lluvia no alejó a los fieles […]

La Paternal. Sábado 18.30 hs. Boyacá, Juan Agustín García, San Blas y Gavilán. El Diego Armando Maradona. La incipiente lluvia no alejó a los fieles de su misa de cada quince días, la que esporádicamente toca dos fines de semanas consecutivos.

Antes de ingresar ansiosos a su templo, los seguidores deberán sortear una serie de cacheos que miran con recelo ante la cantidad de gente amontonada esperando su turno. El olor de las parrillas improvisadas invade el aire lluvioso. “¡Hay Paty, hay Paty!” se escuchan los repetidos gritos de los dueños de los puestos y la mirada de los más chicos hacia sus padres se traducen en quiero una hamburguesa para comer mientras ingreso al estadio. Por supuesto no falta el clásico choripán, estandarte de la pirámide alimenticia de cancha.

Los denominadores comunes del atardecer son los pilotines y los paraguas para intentar mojarse lo menos posible, claro está que nadie iba a revertir su decisión de asistir a la iglesia luego de dos semanas sin que se abran las puertas. Llegan familias enteras, hermanos, grupos de amigos, parejas de novios, hombres y mujeres solitarios con el manto sagrado siempre presente, ya sea con el pecho descubierto o por debajo de una campera, también con la insignia identificatoria y los colores de su bandera.

Argentinos Juniors es uno de los clubes más de barrio que tiene Argentina y la mayoría de sus hinchas viven en casas cercanas al punto de encuentro. Cada uno lo vive a su manera pero todos coinciden con un pensamiento, como si estuviera escrito en tablas de piedra, como un mandamiento: “El Bicho es todo para mí, es mi vida, mi pasión”. Los más grandes hasta se emocionan cuando hablan de su club y los jóvenes confiesan que el amor de sus padres o abuelos los hicieron inclinarse por ser un Bicho más.

La familia del Bicho llegando al estadio

Cuando la hora del comienzo del sermón se acerca, el ambiente se pone un poco más tenso y ante la tardanza por los controles policiales empieza el malestar y algunos gritos que enseguida son tranquilizados por los agentes a cargo. Luego de ser revisados minuciosamente, les toca subir las hermosas escaleras que conducen directo al lugar de los hechos. Hugo, socio hace más de veinte años, tiene como ritual persignarse apenas puede divisar el verde reluciente del campo de juego. “Agradezco poder estar acá de nuevo cada vez que vengo y poder disfrutar de esto”, confiesa.

Una vez dentro del templo, cada uno busca el asiento más cómodo para observar con claridad la misa. Son once hombres que dan la oratoria sin palabras e intentan llevar satisfacción y felicidad a los devotos que se quedan el tiempo completo sin importar la lluvia que se hizo más pronunciada con el correr de los minutos. Cuando los oradores hacen su aparición en fila y extienden sus brazos para agradecer el cariño, vuelan papeles y globos, el humo de las bengalas invade los pulmones de los más cercanos y los flashes resaltan en la noche.

El momento llegó, la espera terminó y los fieles obtienen su recompensa por el tiempo esperado de las filas y la lluvia. El resultado del partido poco importará al final, ellos son felices con estar sentados en las butacas de color rojo y blanco que cargan charcos pequeños. “…yo te sigo a todas partes, cada vez te quiero más…”, suena al unísono como canción cristiana. Está todo listo para que la misa comience y los corazones se aceleren. Son poco más de noventa minutos que la vida se detiene y centra toda su atención en el rectángulo marcado por líneas blancas. Las hamburguesas de desgarran a cada minuto y los paraguas van ganando terreno en la visual.

Suspiros, gritos, enojos y reclamos se entrometen en los canticos que suenan cual opera italiana. Uno puede desafinar o no tener la voz alta para que logre escucharse, pero cuando las veinte mil almas se juntan y entonan todas a la vez es un sonido digno de Plácido Domingo o Luciano Pavarotti.

Cuando el encuentro concluye, regresa la vida. Vuelve todo a la normalidad y comienza la espera de quince días interminables para volver a asistir al templo místico. Todos comentan que les pareció la ceremonia del día y vuelven a su casa rápidamente para sacarse el frío de la lluvia.

Alrededor de un estadio pasan cosas interesantes de escuchar y observar. Mucho más que dentro del mismo cuando 11 contra 11 ponen en disputa la inteligencia para doblegar al rival. No hace falta ningún estudio para analizar las cientos de situaciones antes de ingresar, solamente ojos bien abiertos y oídos preparados para escuchar las voces de los protagonistas.

Agustín Mazzolini
2° «B» T.N.