Héctor Castro, «el divino manco»

El histórico jugador Uruguayo que, además de ser un gran jugador, tenía una rara particularidad, jugaba sin un brazo. Héctor Castro nació en Montevideo y […]

El histórico jugador Uruguayo que, además de ser un gran jugador, tenía una rara particularidad, jugaba sin un brazo.

Héctor Castro nació en Montevideo y desde muy pequeño demostró una gran calidad jugando al fútbol en las calles de su barrio. Los padres de Héctor eran inmigrantes españoles escasos de recursos, es por eso que él tuvo que salir a trabajar desde muy pequeño. Comenzó su vida laboral a los 10 años y a los 13 sufrió un gravísimo accidente, una sierra eléctrica corto por accidente su antebrazo derecho. Este suceso no frenó para nada a Castro en su camino a la gloria, sino que le dio más fuerzas.

Héctor debutó muy joven, en 1921 a los 17 años, en el actualmente desaparecido Club Atlético Lito. Tres años más tarde pasó a Nacional de Montevideo donde cosechó tres títulos antes de retirarse en 1936. Sus mayores cualidades eran el desborde y el juego aéreo, en el cual además servía su “muñón”, ya que impedía el salto de los futbolistas que lo marcaban. Rápidamente comenzaba a ser querido por los hinchas del bolso, y en ese entonces se ganó el apodo que le acompañaría el resto de su vida: “el manco divino”, por la relación entre su buen fútbol y el brazo faltante.

A los 19 años fue convocado por primera vez para representar a su país, en sus primeros años empezaba los partidos desde el banco, pero para 1926, se logró consolidar como una de las piezas claves de la “Celeste”. Ese mismo año Héctor formó parte del equipo que disputó el Campeonato Sudamericano, conocido actualmente como Copa América, en el cual salió campeón.

En 1928 “El Manco” ya pasó a ser un gran ídolo de Nacional y junto a varios compañeros, acudió a los Juegos Olímpicos en Holanda, donde los “charrúas” se hicieron fuertes, y derrotando en el segundo partido de la final a Argentina, lograron la medalla de oro.

Dos años después aparecía en su camino el máximo sueño de todo futbolista, el Mundial, y más para ese plantel de Uruguay que era el local. Ellos eran los claros candidatos, dueños de casa y últimos campeones olímpicos, sumado a que muchas selecciones fuertes de Europa no acudirían al torneo. El Divino Manco arrancó la competencia como un claro titular y desde el primer partido demostró toda su jerarquía, convirtiendo el primer gol uruguayo en la historia de los mundiales, en la victoria frente a Perú. También logró marcar en la semifinal contra Yugoslavia y por si era poco cerró el trámite por el título en la final, fue 4 a 2 contra la Argentina.

Luego del mundial, 2 años después, vino a la Argentina a jugar para Estudiantes de la Plata. Su rendimiento no fue el esperado, jugó solo una temporada, y volvió a su querido Nacional. En su vuelta, ganó dos Ligas y, con la Selección, una copa América más, posteriormente en 1936 se retiró del fútbol profesional. Con la Celeste, jugó solamente 25 partidos y marcó una gran cantidad de goles, 18 para ser exactos.

Rápidamente en 1939, luego de su retirada, asumió el cargo de técnico de Nacional, y su ciclo finalizó en 1943, logrando 4 Ligas seguidas. Descansó del deporte unos años, hasta 1952 donde volvió como técnico otra vez a su Nacional, consiguiendo una Liga más. Luego de un tiempo, se hizo con el cargo de Seleccionador de Uruguay, en 1959. Pero la vida le iba a dar otro golpe inesperado. Un año después aproximadamente, a la edad de 55 años, sufrió un infarto, el cual terminó con su vida. La vida de un chico humilde que pese a sufrir un accidente muy grave a tan poca edad, nunca se dió por vencido y siempre siguió su sueño en el mundo del fútbol.

Lucas Arenas, Patricio Pudenti Pasini, Santiago Goicoechea 2A. Turno Mañana