Una plaza convertida en una escuela de fútbol

Cuando pensamos en un club de barrio imaginamos una edificación con baño, cancha pintada, confitería y hasta metegol o ping pong para que sus visitantes […]

Cuando pensamos en un club de barrio imaginamos una edificación con baño, cancha pintada, confitería y hasta metegol o ping pong para que sus visitantes se puedan distender. Pero éste no es el caso. Es que esta escuelita de fútbol no tiene paredes ni techo: simplemente es una plaza donde se encuentra una cancha armada con cintas para delimitar el terreno y caños soldados que forman los arcos.

Este increíble trabajo tiene un nombre y apellido: Osmar Corbalán, fundador y DT de «La Plaza». Un hombre de 50 años que le dedica gran parte de su vida a enseñarles a los chicos entre 8 y 15 años técnicas futbolísticas pero además, lo más importante, valores humanos para que sientan que este terreno convertido en una cancha de fútbol sea un lugar para distenderse y compartir momentos únicos entre amigos.

Para esto, Pirámide Invertida llegó al barrio Lugano 1 Y 2, ubicado en el sur de la Capital Federal, para conversar acerca de este proyecto que día a día sigue creciendo. Su fundación se dio hace 4 años y así lo cuenta: «Un primero de mayo, haciendo un casados versus solteros entre vecinos y amigos decidimos que podíamos juntar a los chicos y armar un partido ya que no se habían juntado nunca. Primero fue un partido entre los más grandes y después jugaron los chicos. Luego fue tomando forma y empezamos a dividirlos por categorías».

Se nota el trato especial que tiene con los chicos, que lo miran como si fuera un verdadero padre. Un poco emocionado, decía: «Les dedico muchas cosas, sobre todo, el saber tratar a los compañeros dentro de una cancha, inculcarles lo mejor de uno todo lo posible, dentro de lo educativo y cultural. Una educación dentro de la cancha va más allá de la enseñanza deportiva, que no haya malas palabras entre ellos y que se respeten».

Algo llamativo es que «La Plaza» no sólo es para el sector masculino sino que las mujeres también tienen la posibilidad de entrenar. Un caso particular es la de Dalila Ippolito, que hace unos meses estaba en la escuelita y hoy juega en la primera división de River y en la selección nacional. Consultado Osmar acerca de este hallazgo, y de cómo se integró junto con los chicos en sus inicios, contó: «No fue tan difícil. Porque ella desde el primer momento se hizo respetar y se integró al grupo perfectamente, más allá de que nosotros no teníamos implementado el futbol femenino. Hoy en día estoy agradecido por la experiencia que nos dejó ella como persona y contento de que está trabajando en River de la manera en que lo está realizando».

Lo más destacado es que no recibe ninguna ayuda económica y todo lo que se ve en cuanto material y uniforme es producto de su propia producción: «Ayuda cero. Sí, tenemos la colaboración de los padres y en alguna ocasión tuvimos por parte de un puntero político la posibilidad de tener un merendero con leche, mate cocido, pan, etc. Y aclaro que no lo nombro porque él no quiere trascender».

Además cuenta con la participación de Mariano Andújar, el conocido arquero de Estudiantes de La Plata, que cuando puede visita su barrio natal saluda a los chicos y entrega algunas pecheras y pelotas. Un gesto que no se ve en muchos jugadores profesionales.

Humildad por donde se lo mire, todos tiran para el mismo lado y hacen lo mejor posible para formar personas además de posibles jugadores de fútbol. Tantas veces se habla de la «inclusión», y éste es un claro ejemplo de esa palabra. Entrenamientos a oscuras por la noche con la improvisación de reflectores explican la pasión con la que este señor, Enrique Corbalán, trabaja día a día para que «La Plaza» siga en pie.

Matías Foti