El arte del ayer, el arte del hoy

La continua mutación de la sociedad, plagada de cambios que se gestan en lapsos sumamente cortos, genera que las costumbres de hoy difieran superficial y […]

La continua mutación de la sociedad, plagada de cambios que se gestan en lapsos sumamente cortos, genera que las costumbres de hoy difieran superficial y radicalmente a las de antaño. Esta vorágine, sin embargo, no aniquiló por completo todas las costumbres antiguas. En el corazón del barrio de Balvanera, el arte de hacer marroquinería rebasa sobre el cotidiano acto de jugar con un smartphone.

Desde la época colonial, el arte de la marroquinería desempeñó muchos papeles en la sociedad. Sería erróneo pensar que sólo fue vista como una actividad personal, a fin de que quien la realizara pudiera disfrutar del arte, a la vez de, por qué no, un beneficio económico.

Antes del primer gobierno patrio, muchas personas fundamentales en la consolidación de nuestra República vislumbraban en el trabajo con cuero algo más que un mero arte que desarrolla las bases de la cultura de una región. Manuel Belgrano, por ejemplo, fue uno de los tantos que entendió a estos oficios no como expositores de la cultura, sino como formadores de educación y la importancia de tener una población educada. En el libro “Artes y Oficios de la Argentina”, la autora Araceli Bellota cita una frase de Belgrano en su primera Memoria en 1796, en la cual se pregunta: “¿la instrucción que cada uno adquiera en su respectivo oficio, no le proporcionará conseguir muchas ventajas?”. “Sin que se ilustren los habitantes de un país, o lo que es lo mismo sin enseñanza, nada podríamos adelantar”, se contesta. Más adelante, en 1804, el prócer argentino seguirá insistiendo en la cuestión: “tenemos pues cuanto necesitamos para la curtiembre, y sólo nos restan unas manos directoras, que con las nociones necesarias debidas a la teoría y a la práctica den lecciones a nuestros compatriotas”.

Sin embargo, con el correr de los años, las diferentes prácticas de la marroquinería tomaron un sendero distinto al del arte. En los comienzos de la época de la industria, el trabajo con cuero dejó de ser algo artístico para convertirse en productos de comercialización masivos. Aun así, a diferencia de lo que parece, no perdió su raíz cultural, sino que la transformó. La industria del cuero se convirtió en uno de los pilares más importante en la formación de la cultura indumentaria en gran parte de la cultura argentina. En su libro, Bellota cuenta que en el año 1900 se habían adquirido máquinas para procesar cuero para suelas, y que siete años más tarde se incorporaron máquinas de origen inglés y norteamericano para la fabricación de zapatos y destaca a ALPARGATAS ARGENTINAS como la líder indiscutida en ese rubro.

La hegemonía del cuero se fue relegando a medida que aparecieron otros materiales. La marroquinería, con el correr del siglo XX, se sumió cada vez más en el mercado de la competencia industrial, y continuó como actividad artesanal individual, relegada a una pequeña cantidad de casos. La creación de la “Escuela de Oficios CADMIRA”, se da en 2005 bajo la premisa de enaltecer a la práctica de tafiletería y devolverle su lugar en la sociedad.

“El Oficio es la base de la cultura. Es tener conocimiento de las herramientas y saber cómo emplearlas”, sostiene una frase en la página web de la Escuela.

Así se presenta a sí misma esta institución, que desde su fundación se ha dedicado a recuperar las bases del trabajo con cuero. Zapatos y Aparado, Bolsos, Carteras e incluso Cincelado. Todos estos oficios son enseñados en la Escuela con el objetivo ya suscitado.

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Armar el molde, pasar por las diferentes técnicas de cortes, armar y preparar las piezas tanto de marroquinería como de calzado y llegar a los secretos más íntimos de la cultura. Esa es una breve descripción de los pasos que un alumno sigue para elaborar su propio producto. Simples pasos que, gracias a la Escuela, trascienden las fronteras del sexo y de la edad. Y, quizá, ahí radique el mayor logro de la institución. En una era por demás tecnológica, en la que, además, abundan formas de ocio para todos los gustos, la existencia de un ente que ligue a todas las generaciones se vuelve un asunto a remarcar. Más importante se vuelve este hecho, cuando se trata de la práctica de un arte que hace muchos años había perdido su esencia en manos de la gran industria.

Hoy, a pesar de esto, es imposible pretender que la marroquinería vuelva a ser el eje de la sociedad como lo fue en un principio. A nadie dentro del rubro le falta claridad para entender esto. Empero, revitalizar la práctica de las artes antiguas de la sociedad aparece como una manera de mantener viva la cultura del país. Así, se le devuelve al arte del oficio el valor que se le había arrebatado.

Por Ignacio Garay