Pensar es un hecho revolucionario

La arquitectura alrededor del mundo ha sido una pieza fundamental para evocar hechos trágicos y dolorosos del pasado. Uno de los referentes es el Museo […]

La arquitectura alrededor del mundo ha sido una pieza fundamental para evocar hechos trágicos y dolorosos del pasado. Uno de los referentes es el Museo Judío de Berlín que fue diseñado por el arquitecto Daniel Libeskind para rememorar el Holocausto en el régimen Nazi.

La simbología en la lucha por extinguir la esclavitud también tiene su lugar en Francia, Nantes, con El Memorial para la Abolición, este se construyó sobre el río Loire, usado durante mucho tiempo para el tráfico de esclavos. Los encargados de esta obra fueron: el argentino Julián Bonder y el polaco Krzysztof Wodiczko.

Estas dos construcciones arquitectónicas son la muestra de la unión entre el arte y la política, el recuerdo y la injusticia, la verdad y la memoria. Aunque está claro que para las víctimas ningún homenaje es suficiente.

Aquí en Argentina, en Buenos Aires, está el Parque de la Memoria, un espacio emblemático, sorprendente y lleno de historia. Este sitio tiene 14 hectáreas que bordean el río de la Plata. Las esculturas, presentes durante el recorrido, explican de manera profunda y contundente las diferentes atrocidades a las que fueron sometidas las víctimas. La desaparición forzada, el secuestro de jóvenes y niños y la complicidad de las fuerzas policiales son parte de la iconografía del paisaje.

Es cierto que cuando se pensó en la edificación de este emplazamiento lo último que deseaba el Poder Ejecutivo Nacional era querer olvidar o reemplazar la verdad y la justicia o ayudar a cicatrizar la herida que aún sigue abierta. El planteamiento principal es claro y se siente tan solo con dar un primer paso en el recorrido. El homenaje, los recuerdos y sobre todo la reflexión es lo que denota al parque como un “hito” Histórico Nacional.

El Monumento a las personas asesinadas y desaparecidas desde 1969 hasta 1983 es sin duda alguna lo que más llama la atención, no por su gran altura, sino por las percepciones al caminar los largos pasillos: los nombres, apellidos y edades están escritos en relieve para que quizás los visitantes puedan sentir en una mínima parte el dolor de los familiares que tuvieron que continuar.

Después de andar y recorrer este espacio con cuidado y sin necesidad de ser minuciosos en la búsqueda aparecen otras esculturas como: Monumento al escape, de Dennis Oppenheim, 30.000 de Nicolás Guagnini, entre otras que exponen las maneras y el desenlace del terrorismo de Estado. Las sensaciones son indescriptibles, pero es necesario conocer la historia para no volverla a repetirla.

En la planificación de estas 14 hectáreas estuvo todo bien pensado, no solo por la explicación de lo sucedido, sino también por cómo la arquitectura y el paisaje se fusionan y pasan hacer una sola pieza. Los equipamientos, los monumentos y las zonas verdes contrastan con el Río de la Plata que se va perdiendo en el horizonte. El protagonismo está completo y distribuido por partes iguales. Los diseñadores tuvieron el punto exacto para no sobresalir, sin dejar de ser protagonistas.

Aunque quede una minoría que todavía aplaude estos actos de lesa humanidad, y sin entender bien la ideología de esos pocos, hay que recalcar que lo único cierto es que la arquitectura se ha convertido en un espacio para guardar en la memoria los recuerdos que por más fuertes que sean, ante el paso de los años no hay retentiva que espere.

Por Laura Viáfara